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Museo del Vidrio: el renacer de un oficio de maestros


Sobre el camino viejo de San Cristóbal hay una casa colonial que esconde piezas hechas en vidrio. Son la representación de un oficio que en esa localidad es una tradición de 185 años, pues data de 1834.

Allí estaban concentradas la mayoría de las factorías que elaboraban artesanías en vidrio, unas diez. La pionera en conformarse fue la Fábrica de Vidrios y Cristales, que además adquirió el primer horno. 

Foto: Por este legado nació el Museo del Vidrio de Bogotá (Mevibo) en el 2010, para honrar el oficio de los maestros vidrieros. Al principio estuvo alojado en internet, con animaciones en 3D que simulaban las salas de exposición y les permitían a los usuarios leer las colecciones de una forma distinta, para luego dar un salto, en el 2012, al radicarse en una antiquísima casa de la localidad: la Quinta La Eneida, en la carrera 1.ª n.° 6C-75 sur, barrio La María.

Gracias a la experiencia virtual, el Ministerio de Cultura lo reconoció como museo colombiano en el 2013. Al año siguiente ganó una convocatoria con esta entidad y decidió organizar las salas de exposición en La Eneida. Así nació este museo comunitario que es liderado por mujeres emprendedoras.

Para su conformación fue necesario el acercamiento con la ciudadanía. “No íbamos a comenzar un proyecto sin tener en cuenta el territorio y las personas que lo habitan”, explicó Fernando Pérez, fundador del Museo del Vidrio. Además, las 180 piezas expuestas son donaciones o préstamos hechos por maestros vidrieros de Bogotá. 

Ir a Mevibo significa atravesar gran parte de la ciudad y subir hasta el barrio La María, donde está emplazada la Quinta La Eneida. Una reja blanca separa a los visitantes de su interior y después hay un jardín. En el costado izquierdo reposa una figura humana hecha de alambre, así como un árbol con mosaicos y trozos de espejos colgando de sus ramas. 

La Eneida es una antigua edificación con tejas de barro que, además de esconder una historia personal, guarda los eslabones de un oficio que lucha por no desaparecer: maestro vidriero. Es una casa fabricada con adobe (tierra arcillosa con heces de vaca), un material usado en las viejas construcciones.

Museo del Vidrio

La quinta La Eneida es la sede del Museo del Vidrio, está ubicada en la a carrera 1.ª n.° 6C-75 sur, barrio La María.

 

César Melgarejo/ EL TIEMPO

En los muros de la primera sala se observan fragmentos sobre los dos procedimientos que usan los maestros para fabricar sus artesanías: el soplete y el soplado a la caña.También hay herramientas y videos explicativos. 

En la segunda sala se encuentra una colección sobre la trayectoria en vidrio de la localidad, donada por la comunidad. Todas las piezas fueron hechas con esmero: hay desde un dragón hasta una copa con flores talladas. Cada figura nació a punta de soplos e ingenio. 

En las siguientes salas, Eneida y Sílice, hay una exposición temporal con información sobre la casa sede y las ladrilleras. Aunque su enfoque es el vidrio, Mevibo reconoce que esas fábricas también son representativas en la localidad. 

A lo largo del recorrido hay dos acompañantes: la guía y el olor a madera, de la que están hechos los pisos. La casa tiene en la cima un mirador que permite observar casi toda localidad y, en los días despejados, una parte del nevado del Ruiz. Es una buhardilla y era utilizada como faro para los habitantes, pues les recordaba el camino a casa porque en esa época no existían vías.

El final de la visita es la Tienda El Espejo, un espacio con varias piezas de vidrio hechas entre maestros vidrieros y tejedoras de mostacilla de vidrio de la comunidad indígena Embera Chamí. Además hay figuras a la venta, hechas por los artesanos y artesanas que aún viven del oficio.

El valor patrimonial del Museo del Vidrio es incalculable y lo que se busca con él es mantener vivos los oficios que han desaparecido poco a poco. “Es importante porque la misma comunidad cercana desconocía la tradición vidriera”, contó Pérez.

Museo del Vidrio

Miguel Mahecha es uno de los pocos maestros vidrieros que queda en Bogotá. Trabaja con la técnica soplete.

Foto: 

Cortesía

Miguel Ángel Mahecha es uno de los pocos maestros del vidrio que quedan. Él ha trabajado durante 35 años mediante la técnica al soplete. Esta forma de hacer artesanías a la flama se destaca por ser en solitario como se le da vida a un diseño, mientras se funde el vidrio con un soplete y se insufla aire por un tubo de borosilicato.

En cambio, el soplado a la caña es más antiguo, grupal y hecho con herramientas más industriales: grandes hornos y un tubo de acero. 

En ambas técnicas, el vidrio caliente es un coloide y cada vez que se sopla crece una burbuja llamada bulbo, con la cual se les va dando forma a las artesanías. 

“Entré como aprendiz a un taller en donde fabricaban elementos de laboratorio. Aparte había una sección en donde se hacían figuritas: en ese tiempo se hacían elefantes o búhos porque la gente les atribuía la buena suerte”, recuerda Miguel Ángel Mahecha.

En esta última estaban solicitando aspirantes, y él se postuló. Dice que fue una lotería porque no lo esperaba, pero en definitiva no se arrepiente de su decisión. Después aprendió muy rápido a hacer las figuras y uno de los socios de la empresa, donde le estaban enseñando, le propuso que lo acompañara a Ecuador porque montaría una empresa. 

Él aceptó y estuvo tres años allí. Durante ese tiempo le dio rienda suelta a su imaginación porque el trabajo era novedoso y no había competencia. “Tenía plena libertad de jugar con el vidrio”, afirma Miguel. Luego volvió a Bogotá e inauguró su propio taller. 

“Empecé desde el 86, y sigo trabajando hasta hoy y lo seguiré haciendo porque es un 'hobbie' que me hace feliz y lo hago desde mi casa”, explicó Miguel. Según dice, el suyo es uno de los pocos oficios en los que usted espera a levantarse temprano para comenzar con un nuevo proyecto, pues ayuda a que los deseos de la gente sean cristalizados. Actualmente hace recuerdos para ocasiones especiales y es apoyado por el Museo del Vidrio en su labor. 

No obstante ser un oficio llamativo, Miguel asegura que está desapareciendo porque “hay pocos jóvenes en las artes manuales”, pues les llama más la atención la tecnología. Y se enorgullece porque uno de sus hijos siguió la tradición. 

YULIANA NARVÁEZ ÁNGEL
Redacción Bogotá
yulnar@eltiempo.com

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Es el único espacio de Bogotá que conserva más de 100 artesanías elaboradas con este material.